Los años nos enseñan que las cosas distan de ser como las vemos (o como las queremos ver) de todas formas nos empeñamos en no aceptarlo, en no sentirlo o en dar por descontado que a la larga llegarán a la gloriosa perfección que deseamos.
Esto tiene la gran desventaja de que, de vez en cuando, acabamos por descubrir nuestra miopía intelectual de una manera shoqueante. Si bien es cierto y doloroso, es casi ineludible.
Pero sin embargo esta falta de objetividad con la que calificamos lo que nos gusta es lo que nos evita estar constantemente alerta o sobresaltados al menor signo de peligro, es lo que nos permite disfrutar el presente sin discurrir en las posibles desventuras del mañana o pasarnos interpolando experiencias pasadas presentes y futuras.
Y entonces cuando llegue el momento de despedirnos de este mundo tendremos con suerte en nuestro haber un sinfín de cosas queribles, bellas y perfectas y no nos daremos cuenta de que su perfección solo ha sido el producto de no haber tenido suficiente tiempo como para defraudarnos.
Aún así las agradeceremos y valoraremos como perfectas.
domingo, 9 de agosto de 2009
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