
Borges pintaba laberintos, en palabras, pero los pintaba, y un laberinto de Borges es visualmente tan palpable como un espejo de agua de Corot o los paraísos tropicales de Gauguin y tan herméticamente melancólico como Volver o Sus ojos se cerraron.
Hoy me siento en esos laberintos, sin prisa, sin desesperación, sin paz, con la confianza que brinda la locura y la fe ciega del ignorante, sabiendo que la salida no es más que el ingreso al siguiente laberinto, o al anterior, o quizás (aunque no voy a reconocerlo) con la esperanza de que en algún recodo una figura delgada y con bastón se me acerque y lo diga.
- Hola, soy Borges.
Hoy me siento en esos laberintos, sin prisa, sin desesperación, sin paz, con la confianza que brinda la locura y la fe ciega del ignorante, sabiendo que la salida no es más que el ingreso al siguiente laberinto, o al anterior, o quizás (aunque no voy a reconocerlo) con la esperanza de que en algún recodo una figura delgada y con bastón se me acerque y lo diga.
- Hola, soy Borges.
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